Por: Charles Perrault. Biblioteca ILCE. 12/06/2025
Había una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; hicieron votos, peregrinaciones, pequeñas devociones, todo ensayaron sin resultado.
Al fin, sin embargo, la reina quedó encinta y dio a luz una hija. Se hizo un hermoso bautizo; fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron encontrarse en la región (eran siete) para que cada una de ellas, al concederle un don, como era la
costumbre de las hadas en aquel tiempo, colmara a la princesa de todas las perfecciones imaginables.
Después de las ceremonias del bautizo, todos los invitados volvieron al palacio del rey, donde había un gran festín para las hadas. Delante de cada una de ellas habían colocado un magnífico juego de cubiertos en un estuche de oro macizo, donde había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, adornado con diamantes y
rubíes.
Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron entrar a un hada muy vieja que no había sido invitada, porque hacía más de cincuenta años que no salía de una torre y la creían muerta o hechizada.