Por: Yolanda Rubioceja. Alas y Raíces. 02/07/2025
Al abrir la puerta Quía se topó con los zapatos. Estaban ahí, encima del tapete de “Bienvenidos”. Uno, el del pompón azul, colocado un poco más adelante que el del moño café, parecía listo para dar el siguiente paso.
Quien hubiera golpeado a la puerta debió irse a toda prisa, pues, al escuchar los tres golpes, la niña abrió casi de inmediato; vio los zapatos, asomó la cabeza y miró en todas direcciones. Nadie a la vista. El intruso tendría que haber corrido hacia la esquina más cercana, imposible que hubiera desaparecido tan rápido hacia el otro lado. “Tal vez aún alcanzo a ver quién fue”, pensó, brincó los zapatos y se echó a correr tan rápido que casi se va de boca. Nadie a la vista en ninguna de las tres direcciones. El corazón le retumbaba dentro del pecho y la cabeza. Intentó respirar profundo, sin lograrlo.
Recargó su espalda en el tronco del árbol que estaba justo atrás de ella y se deslizó hasta caer sobre el pasto. ¿Qué eran esos tres círculos brillantes?, “¡monedas!, ¡y son de diez! ¡qué buena suerte!”
De vuelta en casa Quía se detuvo a observar los zapatos, eran hermosos, disparejos pero hermosos. Se sostuvo de la pared con una mano y se sacó el zapato izquierdo, deslizó entonces el pie descalzo en el otro zapato, nuevo y suave. Repitió la operación con el derecho. ¡Era tan fácil ponérselos que sería difícil quitárselos!
No se trataba sólo de una broma cruel, un par de zapatos impares y párale de contar. Si así fuera, esta, en vez de una historia metida en un libro sería sólo un relato que terminaría con una plática más o menos corta sobre el enigma de encontrarse un sábado cualquiera con unos zapatos impares y tres monedas idénticas y abandonadas.
La anécdota sería algo más o menos así:
El dispar par de zapatos y las tres monedas
Eran uno derecho y uno izquierdo, ambos fabricados en piel café y con suela alta de goma. Muy probablemente eran cómodos, pues no eran demasiado estrechos y la piel se veía de buena calidad. Por el frente el derecho era puntiagudo y llevaba un pequeño pompón azul en la punta. En cambio el izquierdo era de punta chata con un moño a tono. No eran más que un no común dispar de zapatos comunes. ¿Qué por qué los dejaron sobre el tapete en la entrada de la casa de los Ulloa?
—Quizás alguna de esas niñas horribles de la escuela lo hizo para molestarte. En caso de que así sea creo que ya es hora de ponerle un alto. No va a ser muy difícil encontrarla, ¿no crees? Es cuestión de hacer una lista de quién tiene al menos dos niñas… Los Junco no creo, sus hijas están muy bien educadas. Pienso que por el tamaño de los zapatos muy probablemente sean las niñas de los Rangel o los Santibáñez, o hasta podrían ser… no, esas niñas son todavía muy pequeñas para estos números de zapatos —dijo su madre.
¡Ah!, olvidé decir que antes, al salir a la calle a buscar a la persona que habría abandonado los zapatos, Quía encontró tres monedas, ¡y eran de diez pesos! Usó los treinta pesos para comprarse cuatro dulces de chamoy de ocho pesos pero que don Luis el tendero le dejó a $7.50.
“¡Qué buen día!”, pensó la niña, tres monedas, dos zapatos y un descuento.