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Génesis y transfiguración de las estrellas

by staff

El camino ascendente del conocimiento

AL PRINCIPIO, el ser humano sólo podía maravillarse ante la vastedad y potencia del mundo que lo rodeaba, y que, para su sorpresa, le proporcionaba los medios necesarios para sobrevivir y prosperar. En particular, no dejó de notar que era al Sol a quien debía su existencia pues el ciclo agrícola es, en última instancia, el ciclo solar anual. La aparición de la agricultura impuso la necesidad de determinar la duración del año, lo que llevó a nuestros antepasados a observar cuidadosamente el movimiento del Sol y las estrellas. Estas últimas también adquirieron gran importancia con el desarrollo del comercio, en particular cuando éste implicaba mover mercancías a través de los grandes desiertos y mares, ya que eran el único faro con el que los mercaderes podían orientarse y llegar al destino deseado. No es extraño que los pueblos que habitaban en estos ambientes naturales, como los árabes y los polinesios, conocieran con gran detalle las posiciones y movimientos de las estrellas a lo largo del año. Pero de hecho todas las civilizaciones de la antigüedad consideraron que la observación del cielo era una tarea vital, y elaboraron calendarios, algunos tan precisos como el maya, para regular sus actividades económicas y sociales. Hubo incluso algunos pueblos, por ejemplo los babilonios y los mayas, que llevando al extremo su obsesión por los astros, encontraron la manera de saber cuándo se produciría un eclipse solar, anotando esta información en extensas tablas, como el Códice de Dresde (Figura 1).

Figura 1. Folio del Códice de Dresde.

Cuando a la contemplación del cielo le siguió su estudio sistemático con fines tan precisos e importantes como servir a la agricultura y la navegación, el observador casual se convirtió en un especialista que laboraba en instituciones apoyadas por la sociedad y que servían de sustento al Estado. Por ejemplo, desde hace al menos dos mil años existían grandes centros dedicados al estudio de la bóveda celeste en China. Estos centros estaban divididos en diversos departamentos —administración, astrología, elaboración del calendario, cronometría y adivinación— en los que trabajaban cerca de mil personas; directores, profesores, observadores, técnicos, tamborileros (que hacían pública la hora) y un gran número de estudiantes. De la enumeración de los departamentos se puede ver que los astros no sólo eran estudiados por razones prácticas, sino también por motivos esotéricos, como la astrología y la adivinación. Estas actividades fueron usuales hasta hace unos trescientos años, pues entre nuestros antepasados existía la convicción de que los astros no sólo determinaban y anunciaban en beneficio suyo diversos fenómenos naturales, sino también cada aspecto de su vida colectiva e individual. En particular, se creía que los gobernantes eran mensajeros de los dioses, del cielo, o incluso sus descendientes directos, como en el caso de los Incas, y que por lo tanto regían con base en mandatos emanados del firmamento. El conocimiento era válido mientras justificara esta relación y, por lo tanto, el predominio de la clase dominante. De ahí que el conocimiento astronómico estuviera sujeto a un severo control estatal. Por ejemplo, en un escrito chino del año 738 d.C. se establece que “ningún instrumento astrológico o libro de astrología puede ser sacado de las oficinas, pues podría ser mal usado por personas descalificadas”.

Los astros fueron también un motivo de reflexión acerca del ser y razón de ser del Universo, y eje de todas las mitologías. Si la naturaleza estaba cubierta de misterios, el firmamento plagado de estrellas era probablemente el mayor de entre todos ellos. Lejanos pero decisivos para su subsistencia, los astros fueron personificaciones y residencia de dioses que, desde su altura inalcanzable, parecían haber creado el mundo conocido, y de cuya voluntad dependía la sobrevivencia del mismo. Los dioses, las estrellas, fueron temerosamente venerados en todas las religiones, que mediante el sacrificio creían propiciar su buena voluntad. Pensando en ellos construyeron grandes monumentos religiosos, como la pirámide de Keops y el Castillo de Chichén-Itzá (Figura 2), cuya orientación revela la gran precisión con la que sus artífices conocieron las posiciones y movimientos de los astros.

Figura 2. “El Castillo” de Chichén Itzá durante la puesta del Sol del equinoccio de otoño (22 de septiembre). En esta fecha la sombra sobre la escalera semeja el cuerpo sinuoso de una serpiente, cuya cabeza es la escultura monumental situada al pie de la escalinata. Los constructores del edificio lograron esta composición orientándolo de manera muy precisa con respecto a los puntos cardinales.


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