Por: Antonio Herrero-Hernández, José Jesús Trujillo-Vargas, Clara González-García, Javier Pérez-Martínez, Alicia Castro-Fuentes, Vanesa Ausín-Villaverde y José Luis Díaz-Palencia. Redalyc. 18/11/2025.
El Repositorio Pedagógico DGEPE, es un espacio donde se compendian diversos materiales para acompañar los procesos formativos de niñas y niños que cursan su educación primaria. Estos Recursos Educativos son diseñados por diversas instancias gubernamentales y públicas.
Este artículo analiza la percepción del estudiantado sobre algunos factores internos que influyen en la transición de la primaria a la secundaria. Se aplicaron dos cuestionarios a 168 estudiantes. Los resultados indican que se han adaptado adecuadamente al cambio; la mayoría cree que sería conveniente conocer previamente al profesorado y tutorado de la siguiente etapa; que hará amistades sin problemas; que tendrá menor apoyo familiar para sus actividades escolares en la secundaria; y la alegría es el sentimiento que mejor caracteriza la transición. Entre las conclusiones destaca que el alumnado posee buenas expectativas en cuanto a la mayor autonomía que va a suponer la secundaria; considera importante sentirse acogido por sus tutoras(es) y profesoras(es); y apoya que exista una buena relación entre estos y sus familiares.
Introducción
El cambio que viven las y los estudiantes1 al pasar de primaria a secundaria marca una de las discontinuidades más llamativas en el sistema educativo. En esta transición hay coincidencia con otro tipo de cambios: curriculares, de compañeros, de profesores, de clima de aula y otros propios de la etapa psicoevolutiva de la adolescencia (Rodríguez-Montoya, 2018), lo que se une a la búsqueda de la identidad personal y grupal en la que están insertos los alumnos a estas edades.
Son varias las investigaciones que coinciden en identificar la transición entre la etapa primaria a la secundaria como uno de los momentos clave en la configuración de las trayectorias escolares (Akos, 2010; Galton, 2010; Monarca y Rincón, 2010 -citados en Monarca, Rappoport y Sandoval, 2013-; Monarca, Rappoport y Sandoval, 2013; Rodríguez-Montoya, 2018; Ávila Francés, Sánchez Pérez y Bueno Baquero, 2022) y de mayor repercusión en la vida del alumnado.
Durante la vida académica, el estudiantado debe atravesar por diferentes transiciones. En el sistema educativo español coexisten al menos cuatro momentos de cambio de etapa que se producen desde las edades más tempranas de escolarización hacia los niveles más cercanos a la fase adulta. En este sentido estaríamos hablando del paso de Educación Infantil a Educación Primaria (EP); de esta a Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y finalmente, de esta última a la Educación Secundaria Postobligatoria o al mundo laboral. Pero, como señala Gimeno Sacristán (1996), el paso de primaria a secundaria marca una de las discontinuidades más llamativas, pero estamos ya tan habituados a vivir sus rupturas que no lo percibimos como conflicto y no se le da la importancia que requiere. Sin embargo, muchos de los cambios importantes que experimenta el sujeto a lo largo de su vida, como puede ser este, pueden suponer, igualmente, verdaderas oportunidades. Aunque, hay que significar que en determinadas situaciones y para determinados grupos de estudiantes en particular (como pueden ser los alumnos con necesidades de apoyo educativo específico), las transiciones se pueden concebir ya no tanto una oportunidad, sino como un posible obstáculo para su desarrollo y aprendizaje (Monarca, Rappoport y Sandoval, 2013).
Según Castro, Ezquerra y Argos (2018:219), este proceso se configura como la “referencia al cambio que efectúan los niños de una fase educativa a otra”. Por su parte, Tortosa Ybáñez, Latorre Juan, Moncho Pellicer, Sabroso Cetina et al. (2016) definen la transición educativa como un concepto impreciso y difícil de cuantificar, caracterizado por una sucesión de cambios que supone la ruptura con la normalidad anterior.
Durante estas transiciones, especialmente en la etapa infanto-juvenil, se generan cambios procesuales que inciden en la proyección individual y social de la persona, potenciando el vínculo familia y escuela (Rodríguez, Miranda y Moya, 2001). En estos primeros niveles educativos la orientación y la tutorización son consustanciales a la docencia. Por otro lado, el cambio hacia la ESO se caracteriza, en la mayoría de las ocasiones, por un cambio de centro educativo y un mayor nivel de exigencia académica (Isorna Folgar, Navia Rey y Felpeto Lamas, 2013). En este sentido, la orientación hacia la siguiente etapa se produce en paralelo a la actividad académica, quedando relegada a la funcionalidad de algún plan o programa específico, lo que limita mucho su generalización (Grau, Álvarez, Moncho, Ramos et al., 2013). Finalmente, la transición que se produce hacia la Educación Secundaria Postobligatoria o al mundo laboral está marcada por un proceso de madurez individual, en tanto que la persona debe elegir una trayectoria marcada por sus preferencias, el contexto que le rodea y su propia situación (López, Mella y Cáceres, 2018).
El proceso que experimentan el alumnado de primaria y secundaria cuando se enfrenta a los cambios de etapa se puede analizar desde las perspectivas psicológica y sociológica (Monarca, Rappoport y Fernández, 2012). Desde la primera, la transición se entiende como un acontecimiento o situación en el que la persona experimenta una discontinuidad importante en su trayectoria vital, teniendo que desarrollar nuevas conductas en respuesta a la nueva situación. Desde la perspectiva sociológica, sin embargo, se entiende como un proceso de cambio que implica un nuevo posicionamiento y redistribución de los roles, funciones y derechos de los miembros del grupo.
En este sentido, Brammer (1991) señala que en las transiciones hay fases entrelazadas, con periodos de confusión y desasosiego emocional, seguidos de otro de acomodación con apoyo institucional, que se resuelve con el abandono de los valores antiguos y la asunción de los nuevos, en un renovado estado de ilusión y de seguridad. Investigaciones previas (Schulting, Malone y Dodge, 2005; Sayers, West, Lorains, Laidlaw et al., 2012) señalan que la vivencia de una transición educativa exitosa repercute de forma positiva en el éxito académico y social del alumnado. Esta transición se presenta, por tanto, como una oportunidad de aprendizaje académico y personal.
Los momentos de transición de un nivel educativo a otro son denominados en la literatura científica continuidad vertical, mientras que la horizontal se refiere al periodo de escolarización completo que engloba tanto al contexto académico del individuo (centro educativo, compañeros de clase y profesorado) como al no académico (familia y amigos) y sus interacciones (Argos, Ezquerra y Castro, 2019; González-Rodríguez, Vieira y Vidal, 2019).
De las transiciones educativas por las que los estudiantes deben pasar, la que se produce de primaria a secundaria es una de las más complicadas puesto que se convierte en un punto de inflexión para muchos de ellos, al producirse, en ocasiones, un descenso de su rendimiento escolar y, además, porque este descenso del rendimiento puede ser un indicador de éxito o fracaso en su futuro académico (González-Rodríguez, Vieira y Vidal, 2019b). Según los últimos datos facilitados por el Ministerio de Educación y Formación Profesional de España (Ministerio de Educación y Formación Profesional, 2018), el mayor porcentaje de alumnado repetidor en la enseñanza obligatoria se produce en el primer curso de la ESO (con una media nacional de 11.4%); mientras que, por comunidades autónomas, Castilla y León tiene un valor más alto de repetición en este grado (12.2%).
Como hemos señalado anteriormente, Gimeno Sacristán (1996) ya apuntaba que el paso de la primaria a la secundaria marca una de las discontinuidades educativas más llamativas y no se le da la importancia que merece. A este respecto, Gimeno Sacristán (2007) distingue entre transiciones sincrónicas y diacrónicas. Diferencia, así, entre momentos de discontinuidad que experimentan las personas en situaciones concretas debido a su participación en varios ambientes de desarrollo como el familiar, escolar, de amistad, etcétera (transiciones sincrónicas), y momentos de tránsito de un estadio a otro diferente, ligados al crecimiento humano al avanzar de una situación a otra (transiciones diacrónicas). El paso de la educación primaria a la secundaria plantea cambios importantes y marca una de las discontinuidades más llamativas. A estas edades, los adolescentes están expuestos a cambios importantes, entre otros: de profesorado, clima educativo o amigos. Además, se han de considerar otros cambios a nivel evolutivo a los que están sujetos, ya que es el inicio de la adolescencia (a nivel de personalidad, físicos, emocionales y sociales) (Rodríguez-Montoya, 2016).
El estudio de la transición entre esta etapa educativa se erige como una temática de investigación muy importante debido a las repercusiones que puede generar dentro del sistema educativo. Investigaciones previas como la de Monarca, Rappoport y Fernández (2012) estudiaron algunos de los factores que afectan a esta transición viendo cómo los problemas de abandono y fracaso escolar se veían reducidos si los centros contaban con una función orientadora adecuada. Recientemente, Ávila Francés, Sánchez Pérez y Bueno Baquero (2022) analizaron esta misma transición desde la perspectiva de los docentes. Por otro lado, Galton, Morrison y Pell (2000) indican que los centros que tienen en cuenta la transición, cuidando los cambios de cultura, el clima social y de aula e introduciendo de manera gradual los cambios, tienen un efecto positivo en el progreso académico del alumnado. Otro factor analizado ha sido el bienestar emocional durante el proceso de transición educativa (Kinkead-Clark, 2016). Desde la perspectiva de los estudiantes, como protagonistas del cambio de etapa, se han publicado investigaciones como la de Babic (2017), Castro, Ezquerra y Argos (2015) y Eskelä-Haapanen, Lerkkanen, Rasku-Puttonen y Poikkeus (2016).
Álvarez y Pareja (2011) establecen cuatro etapas dentro del proceso de transición, para cada una concretan la tipología de acciones que deberían tomarse en cuenta. Las etapas definidas son: a) la pre-transición, que incluye las acciones previas o de preparación del cambio; b) el cambio, que considera las acciones puntuales desarrolladas en el primer momento de transición; c) el asentamiento, que se relaciona con las acciones que deben favorecer la adaptación y d) la fase de adaptación, que cierra el proceso de transición garantizando la plena integración de los estudiantes al nuevo ambiente.
En lo relativo a las dimensiones relacionadas con lo académico, hay que resaltar la importancia de la acción docente y del ambiente educativo existente en un determinado contexto y, por tanto, significar que en la formación y el desarrollo profesional del profesorado (FIP) parece constatado que la participación del alumnado en el proceso de evaluación incide directamente y de forma positiva en su aprendizaje (Bain, 2005; Biggs, 1999; Boud, 1995; Boud y Falchikov, 2007; Brown y Glasner, 1999; Falchikov, 2005; López-Pastor, 2008). En este sentido, como señalan Moreno, Trigueros y Rivera (2013), escuchar la voz del alumnado acerca de los procesos evaluativos, formativos y de enseñanza-aprendizaje vividos abre una puerta al análisis sobre la formación de profesores de Educación Física. Por tanto, “la evaluación debe orientarse al aprendizaje más que a la rendición de cuentas si se pretende que tenga la base formativa” (Brown y Glasner, 2007; Ramsden, 2003, citados en Martínez, Santos y Castejón, 2017). Ya que la educación es un hecho eminentemente social, al considerarla como un proceso de transmisión de la vida social de una generación a otra (Graffe, 2016, citado en Franco-López, López-Arellano y Arango-Botero, 2020). El docente es un agente protagonista en el proceso de enseñanza y sobre quien recae la responsabilidad del aprendizaje. La entereza en la tarea, la satisfacción y el grado de educación son factores necesarios para afrontar con sus estudiantes un proceso de enseñanza-aprendizaje de calidad (Franco-López, López-Arellano y Arango-Botero, 2020).
En cuanto al ambiente educativo, otra de las dimensiones estudiadas en nuestra investigación, Laguna (2013, citado en Castro y Morales, 2015) nos da a conocer que la calidad del ambiente es trascendental, ya que la disposición que se haga del mismo se enlaza con el niño en la exploración y el descubrimiento; es un medio de aprendizaje que promueve el crecimiento de la competencia ambiental, estimula la práctica de las habilidades y mejora el desempeño.
En relación con la dimensión sobre el estudio del alumnado, como indica De la Peña (2006, citado en Castro y Morales, 2015), hay que considerar la motivación hacia el aprendizaje como un proceso determinado por las necesidades y los impulsos del individuo, que originan la voluntad de aprender en general y concentran la voluntad, para lo cual tanto estudiantes como docentes requieren realizar ciertas acciones, antes, durante y al final, que incidan positivamente en la disposición favorable ante el estudio y el proceso de aprendizaje en general.
Por todo lo comentado hasta el momento, cabe significar la importancia de analizar diferentes dimensiones tan importantes como las amistades, el estado emocional y la familia como fuente de apoyo en esta transición de etapa, para conocer, partiendo de la perspectiva del propio alumnado, cómo influyen las mismas en dicho cambio y cómo las vivencian en su transcurrir diario.